El Madrid, por lo general, no tiene quien le quiera más allá de los incondicionales. Fue noticia, en la pasada temporada, la ovación que se llevó Modric en Ipurua al ser sustituido en el partido ante el Eibar. Esto no suele ocurrir con los jugadores que llevan la camiseta blanca. Cuesta reconocerle el mérito al Madrid. Ocurrió siempre así. Es más amado por otros motivos.
El Madrid es el sujeto, verbo y predicado de todas las discusiones, seguramente de manera artificial e interesada, por un motivo o el contrario. Si ficha porque ficha. Y si no ficha porque no ficha. Si gana, porque debería jugar bien y si juega bien, porque empata. Ningún equipo más discutido, ensalzado o ninguneado sin matices. Hay miles de teólogos para tratar de explicar su alma sin que el propio madridismo se atreva a advertir sus contornos. Zinedine Zidane nunca fue ajeno a todo esto.
Como Zidane sólo es el entrenador del Madrid, y no es el líder de un movimiento ni tampoco pasa por haber inventado el fútbol, como no se le ha tomado en cuenta hasta hace dos o tres meses, como se le ha identificado más con la jardinería, como parecía que pasaba por allí y le ayudaba la inercia de no se sabe qué fuerza, como parece sencillo lo que hizo, nadie se ha atrevido a decir que fue él, y no otro, el ideólogo de un sistema revolucionario de rotaciones.
Zidane osó cambiar a nueve judadores de un partido a otro en la situación más cruda, jugándose la Liga. Y lo hizo sistemáticamente. En ese sentido, es pionero y transgresor. Le ayudó la magnífica plantilla que tenía el Madrid, faltaría más, pero no ha sido el primero en manejar estos recursos humanos en el Bernabéu. Fue valiente a la hora de dar el paso e inteligente para tener a todos los jugadores dispuestos. Y ahora quiere ir más allá. La revolución francesa.
Fuente: as.com