México 86: el día que el mejor partido del Mundial mató al jogo bonito de Brasil

BARCELONA, SPAIN - NOVEMBER 01: Luis Suarez of FC Barcelona reacts after missing a chance to score during the La Liga match between FC Barcelona and Celta de Vigo at Camp Nou on November 1, 2014 in Barcelona, Spain. (Photo by David Ramos/Getty Images)

El duelo entre Brasil y Francia de cuartos de final, en el que los brasileños quedaron elimnados, se convirtió en un clásico de todos los tiempos, pero también marcó el final de una era.

os cambios de época suelen ser graduales, responden a una suma de acontecimientos, a una corriente que avanza progresivamente. Pero siempre existe la tentación de establecer un hito fronterizo, el que divide las aguas. Y si habría que elegir el momento, el partido a partir del cual Brasil empezó a abdicar del jogo bonito, a replantearse su histórico estilo futbolístico, es el de la eliminación por penales (4-3) ante Francia por los cuartos de final. En el estadio Jalisco de Guadalajara, bajo una temperatura que calcinaba, cercana a los 40 grados, tras 120 minutos y los penales, Brasil empezó a dejar de creer en lo que siempre fue, en una identidad que le había dado buenos resultados: nada menos que tres títulos mundiales (1958, 62 y 70). Pero ahora –en ese tiempo en realidad–, los nuevos vientos tácticos y las dos eliminaciones consecutivas (1982 y 86) con una misma generación de jugadores, ambas comandadas por un técnico de la vieja escuela como Telé Santana, empujaron a Brasil a otro modelo de juego. Fue como el fin de la edad de la inocencia, una etapa en la que supieron ser más felices que nadie, pero que algunos entendieron que había que empezar a jubilar en nombre del pragmatismo.

No hay fin de ciclo sin dolor. Esa tarde, el 21 de junio de 1986, Brasil comenzó a despedir a una notable generación de volantes, justamente la clase de futbolistas que se revalorizó más de 20 años después en Barcelona, con Pep Guardiola al timón.

En México ya no estuvo por problemas físicos Toninho Cerezo, ese mediocampista que parecía ir sobre patines y acariciaba la pelota. Las tierras aztecas le bajaron el telón a Zico, un N° 10 de toda la vida; a Falcao, un N° 5 que no necesitaba un doble pivote al lado para sentirse protegido; a Sócrates, imperial desde su estatura y capacidad para conducir la pelota; a Junior, un lateral que llenaba toda la banda y que en ese partido ante Francia, debido a ausencias e imponderables, jugó en el medio.

Si es que puede haber consuelo, Brasil quedó en el camino frente a un equipazo, que también sublimaba el toque y el control de la pelota con unos mediocampistas exquisitos. Francia era el campeón de Europa vigente. Michel Platini, Alain Giresse y Jean Tigana movían la pelota con creatividad y precisión. Se enfrentaban dos equipos de buena técnica, generosos en la propuesta y con el espectáculo. Un programa irresistible, salvo por el agobiante calor, ese del que tanto se quejó con razón Maradona durante el Mundial, porque caía como un yunque sobre el campo. Pero igual los dos equipos se batieron con orgullo. Francia, mejor armado en el medio, más prolijo con la pelota; Brasil, un tanto más expeditivo con Müller y Careca en la delantera. Fue Careca, compañero de Maradona en Napoli, el que puso en ventaja a Brasil. Empató Platini, al entrar por el segundo palo para definir de cabeza.

Zico ingresó faltando 20 minutos y enseguida dio una asistencia a Branco, derribado dentro del área. Penal. Pudo ser el del triunfo, pero Bats desvió la ejecución de Zico. Como entre cracks no suelen haber miserias, Platini le puso una mano sobre el cuello para consolarlo. Después, en la definición por penales, Platini viviría su propia frustración al rematar por encima del travesaño. Era el remate que podía darle el triunfo a Francia, que debió esperar una serie más para celebrar el pase a las semifinales. Un rato antes, Bats había volado para desviar el penal de Sócrates, cuya caminata de regreso al círculo central es la pintura de alguien altivo en la derrota.

Luis Fernández, un volante de ascendencia vasca, convirtió el penal de la clasificación y desató una corrida con el rostro tan desencajado por la emoción que hizo recordar a la escena de cuatro años antes, con el italiano Marco Tardelli campeón mundial en España. Fernández se fundió en un abrazo interminable con Platini. En esos mismos instantes, el Brasil del jogo bonito empezaba a desintegrarse. Telé Santana había sido el primer director técnico que había tenido una segunda oportunidad en un Mundial sin haber ganado el anterior. Este Brasil ya no era tan coral ni brillante como el de 1982, cuando sucumbió ante esa máquina implacable de corte y contragolpe que fue la Italia de Paolo Rossi. Falcao y Zico fueron carne de banco de suplentes en 1986. Junior fue un lateral reconvertido. Leandro, otro lateral estupendo, se negó a viajar en desacuerdo con Santana, que había excluido a Renato Gaúcho por motivos disciplinarios. Todos estaban más grandes, algunos ya canosos.

Recientemente, en una entrevista con el diario español El País , Mazinho, ex volante de contención campeón del mundo en 1994, analizaba: «Hace poco pensaba: ¿cuándo perdimos la técnica? Y creo que fue cuando ganamos el Mundial en 1994, porque fue cuando cambiamos el sistema. Nunca antes un equipo brasileño había jugado con un 4-4-2. Nuestro fútbol era un 4-3-3 o un 4-1-5. No teníamos hombres fijos en la mitad del campo. Pero, por la necesidad de ganar un título en los Estados Unidos, cambiamos el sistema. Habían pasado 24 años desde la última vez que Brasil había conquistado el Mundial y Parreira pensaba que tenía que igualar la fuerza europea. Dejó a Bebeto y Romario arriba, sin preocupaciones defensivas, y el resto teníamos que trabajar como locos. A partir de entonces, los clubes brasileños empezaron a copiar el sistema. Ese fútbol con combinaciones que teníamos parecía lento porque la gente no se movía, pero no lo era. Corría el balón, no los jugadores. Nadie era capaz de robarnos una pelota. No había esa prisa».

Después de Telé Santana, cuya prédica futbolística se consagró luego con San Pablo a comienzos de la década del 90, vino en el seleccionado una nueva camada de entrenadores, predicadores del equilibrio, con un aura de sargentos, como Lazaroni, Carlos Alberto Parreira, Luiz Felipe Scolari, Dunga. Este último, despedido tras la Copa América Centenario, resumió el giro del fútbol brasileño, que también acaba de ser su tumba en los Estados Unidos: «Bueno es el que gana, no el que juega bien. Los que quedan en la historia son los que ganan».

Fuente: lanacion.com.ar